martes, 19 de junio de 2012

Hablemos de FIB


Propongo un nuevo indicador del nivel de desarrollo de nuestro país. Releguemos el PIB, que, últimamente, sólo nos trae zozobra y tribulaciones, y acojamos el FIB (Felicidad Interior Bruta). Aunque suene disparatado, ahí tenemos el ejemplo de Bután.

Fragmento de la película "La vida de los otros"( no prestéis atención al título del vídeo, no viene a cuento):

Como bien dice Dreyman, en cualquier sociedad, una alta tasa de suicidios es síntoma inequívoco de otra muerte, la de la esperanza. Característica innata de los sistemas represivos y alienantes, por su extremismo (las consecuencias son inalterables), no representa la única huella, que deja tras de sí, un sistema de esta índole.

Para averiguar de qué estoy hablando basta con acercarse a alguna zona de marcha durante el fin de semana. Allí, puede observarse el concepto que tienen los jóvenes actuales de la palabra “fiesta” y de cómo divertirse. Buscan, con sus actos, desinhibirse y evadirse de la realidad, es decir, dejar de ser ellos mismos por unos instantes. Toda una semana esperando, deseosos, a que llegue el fin de semana para olvidar quiénes son y qué hacen o, mejor dicho, que dejan de hacer.

Como unos padres deficientes, el Estado no enseña, sino prohíbe. Prohíbe el alcohol y el tabaco a menores de edad. Pero si la prohibición no viene acompañada de una enseñanza fundamentada, todo queda en paños calientes. Además, la contradicción de la sociedad ayuda a ello. Por una parte, desde el ámbito institucional y público, se censura el consumo de estas drogas pero, por la otra, desde el ámbito de lo privado, se fomenta a través del ejemplo mayoritario. Nunca se ha tenido tanta información sobre sus efectos negativos y, sin embargo, su consumo no ha decaído sino que ha aumentado. Y es lógico que así suceda: los niños no escuchan, sino que observan y aprenden a imitar. De nada vale que un padre le hable a su hijo de todas las maldades del tabaco, si su ejemplo muestra otra cosa. ¿Cuántos hijos han muerto por culpa del alcoholismo, herencia fatídica de sus padres? La historia se repite demasiadas veces.

A ello, también contribuye la escuela negligentemente. En vez de fomentar el cultivo de la propia personalidad y apoyar el desarrollo emocional desde los comienzos, la escuela anula a la persona. Tienes que no-ser para triunfar. No pienses por ti mismo, no hagas nada por ti mismo. Limítate a ser un mero recipiente de información y datos inconexos entre sí y la realidad. Un recipiente poroso, por cierto. Debes aprender esto para el examen, después puedes desecharlo. Así, obedeciendo los preceptos escolares, los jóvenes incurren en la droga para no-ser persona y sí un recipiente: un recipiente de toxicidad.

No sólo son jóvenes los que se abandonan a este tipo de prácticas con demasiada reiteración. Sólo hace falta acercarse a cualquier bar, a cualquier hora y cualquier día, para percibir como muchos se toman lo que empezó siendo, quizás, un acto de rebeldía como una rutina obligatoria. Nadie nace borracho, pero sí que mueren muchos así. Decía lo de la rebeldía porque muchos suelen empezar con la bebida pensando, torpemente, que supone una exhibición de madurez. Nada más lejos de la realidad, el que bebe habitualmente suele caerse demasiadas veces, pero no precisamente por madurez. Otros comienzan por puro aborregamiento, porque el grupo dicta y ellos acatan. No quieren sentirse solos y acaban más solos que la una: acaban hasta con ellos mismos. Todos empiezan por diferentes razones, pero  permanecen por una: la infelicidad.

Es curioso que sea un depresor del SNC el recurso más utilizado contra la insatisfacción. Evidentemente, su uso suele resultar contraproducente con demasiada frecuencia. El que busca olvido en la bebida sólo se olvida de algo: la bebida no te hace olvidar pero sí que te produce un fuerte malestar (tanto físico como emocional). El que busca consuelo, con demasiada frecuencia, acaba en el suelo pero sin él.

Otros se refugian en el tabaco: vicio asociado, sobre todo, a las personas nerviosas. Que su consumo se haya visto multiplicado en las últimas décadas, sólo tiene una explicación: vivimos en una sociedad neurótica. Es curioso su poder. Alivia el nerviosismo para luego multiplicarlo por tres. Ésa es su adicción: calmar sus propios efectos. Volviendo al hilo, es normal que su consumo se haya disparado, pues nos ha tocado vivir en un sistema en el que prima el ajetreo, la carga y el desencuentro. Siendo así, la manera más sencilla de aliviar siempre parece ser la exógena y, ahí, el tabaco es el líder.

Los que buscan emociones más fuertes y no se conforman con sólo no-ser por unos instantes, sino que desean deformar su ser más íntimo y consumar la muerte en vida, buscan cobijo en las drogas duras. Y es aquí, donde el Estado comete su error más estúpido. La más absurda de las prohibiciones: negar la existencia. Se piensa que, por declarar un producto ilegal, éste va a dejar de existir. Para ello, se disponen numerosos medios: numerosos, pero anodinos. ¿El problema? Que se pretende matar al árbol talando su tronco, sin atender a su raíz. Se presta atención a los efectos: drogadicción, tráfico de drogas… etc. Y no a las causas: infelicidad, desesperación, soledad…etc.
Uno puede pensar mal y creer que, precisamente, el sistema está diseñado así de manera consciente. Pues,  el mercado libre de drogas representa un jugoso pastel para el sistema financiero, al que le gusta lavar el dinero generado por este tipo de negocios ilícitos.

Al hablar de adicción suele pensarse, exclusivamente, en las drogas, pero no son el único lastre de esta sociedad. Hemos desechado las ideas de diversión y disfrute, para dar cabida al concepto de entretenimiento. A veces, las palabras expresan más de lo que nosotros creemos: entretenimiento significa “estar ocupado”. De eso se trata, de que nos mantengamos ocupados para no pensar por nosotros mismos, para no ser nosotros mismos, para ser sólo una pieza mecánica de este sistema. Entre entretenimientos y pasatiempos matamos el tiempo. A ello contribuye la industria del entretenimiento: videoconsolas, parques de atracciones, salones recreativos, televisiones, radios, coches, shopping…etc. Consumo y entretenimiento van, con demasiada frecuencia, unidos de la mano.

El sexo sin amor también provoca una profunda adicción. Durante el acto, uno experimenta placer, a la vez que deja de ser sólo él mismo, en busca de la fusión con la otra persona. Pero como las carnes no unen y sí los sentimientos, cuando el acto se acaba, se cierra el telón y todos retornan a la butaca de la soledad. Esto provoca que el sexo se convierta casi en una obligación y no en un divertimento, para huir de la soledad y la insatisfacción. Sólo hace falta observar a los monos en cautiverio para saber de qué estoy hablando: ociosos en extremo, suelen masturbarse hasta la extenuación. ¿Por qué? Porque no son felices, no viven en su hábitat natural y se encuentran solos y perdidos.

Extracto de “El arte de amar” de Erich Fromm:

“Una forma de alcanzar tal objetivo consiste en diversas clases de estados orgiásticos. Estos pueden tener la forma de un trance autoinducido, a veces con la ayuda de drogas. Muchos rituales de tribus primitivas ofrecen un vívido cuadro de ese tipo de solución. En un estado transitorio de exaltación, el mundo exterior desaparece, y con él el sentimiento de separatidad con respecto al mismo. Puesto que tales rituales se practican en común, se agrega una experiencia de fusión con el grupo que hace aún más efectiva esa solución. En estrecha relación con la solución orgiástica, y frecuentemente unida a ella, está la experiencia sexual. El orgasmo sexual puede producir un estado similar al provocado por un trance o a los efectos de ciertas drogas. Los ritos de orgías sexuales comunales formaban parte de muchos rituales primitivos. Según parece, el hombre puede seguir durante cierto tiempo, después de la experiencia orgiástica, sin sufrir demasiado a causa de su separatidad. Lentamente, la tensión de la angustia comienza a aumentar, y disminuye otra vez por medio de la repetición del ritual.

Mientras tales estados orgiásticos constituyen una práctica común en una tribu, no producen angustia o culpa. Participar en ellos es correcto, e inclusive es virtuoso, puesto que constituyen una forma compartida por todos, aprobada y exigida por los médicos brujos o los sacerdotes; de ahí que no existan motivos para sentirse culpable o avergonzado. La situación es enteramente distinta cuando un individuo elige esa solución en una cultura que ha dejado atrás tales prácticas comunes. En una cultura no orgiástica, el alcohol y las drogas son los medios a su disposición. En contraste con los que participan en la solución socialmente aceptada, tales individuos experimentan sentimientos de culpa y remordimiento. Tratan de escapar de la separatidad refugiándose en el alcohol o las drogas; pero cuando la experiencia orgiástica concluye, se sienten más separados aún, y ello los impulsa a recurrir a tal experiencia con frecuencia e intensidad crecientes. La solución orgiástica sexual presenta leves diferencias. En cierta medida, constituye una forma natural y normal de superar la separatidad, y una solución parcial al problema del aislamiento. Pero en muchos individuos que no pueden aliviar de otras maneras el estado de separación, la búsqueda del orgasmo sexual asume un carácter que lo asemeja bastante al alcoholismo o la afición a las drogas. Se convierte en un desesperado intento de escapar a la angustia que engendra la separatidad y provoca una sensación cada vez mayor de separación, puesto que el acto sexual sin amor nunca elimina el abismo que existe entre dos seres humanos, excepto en forma momentánea”.

A su vez, nos sumergimos de lleno en la ajetreada rutina que marca el sistema. Casi medio día trabajando, medio día durmiendo y, lo sobrante, dedicado al entretenimiento. Nos quejamos de la cantidad de horas que nos absorbe el trabajo (muy cierto) y cuando estamos desempleados rezongamos porque no tenemos trabajo. En vez de aprovechar el tiempo libre, nos dedicamos al ocio, es decir, a no hacer nada, ocupándonos con una y mil cosas que sólo tienen como objetivo entretener, hacer que el tiempo transcurra más deprisa. Pareciera que estamos esperando, con nuestro comportamiento, a que algo suceda. Pero, ¿el qué? La vida sucede a cada instante pero preferimos desestimarla.

“Además de la conformidad como forma de aliviar la angustia que surge de la separatidad, debemos considerar otro factor de la vida contemporánea: el papel de la rutina en el trabajo y en el placer. El hombre se convierte en «ocho horas de trabajo», forma parte de la fuerza laboral, de la fuerza burocrática de empleados y empresarios.

Tiene muy poca iniciativa, sus tareas están prescritas por la organización del trabajo; incluso hay muy poca diferencia entre los que están en los peldaños inferiores de la escala y los que han llegado más arriba. Aun los sentimientos están prescritos: alegría, tolerancia, responsabilidad, ambición y habilidad para llevarse bien con todo el mundo sin inconvenientes. Las diversiones están rutinizadas en forma similar, aunque notan drástica. Los clubs del libro seleccionan el material de lectura; los dueños de cinematógrafos y salas de espectáculos, las películas, y pagan, además, la propaganda respectiva; el resto también es uniforme: el paseo en auto del domingo, la sesión de televisión, la partida de naipes, las reuniones sociales. Desde el nacimiento hasta la muerte, de lunes a lunes, de la mañana a la noche: todas las actividades están rutinizadas y prefabricadas. ¿Cómo puede un hombre preso en esa red de actividades rutinarias recordar que es un hombre, un individuo único, al que sólo le ha sido otorgada una única oportunidad de vivir, con esperanzas y desilusiones, con dolor y temor, con el anhelo de amar y el miedo a la nada y a la separatidad?”

Una sociedad, en la que prime el bienestar material por encima del bienestar emocional, genera todos estos síntomas. Si hiciéramos, en nuestro país, una encuesta para determinar el índice de felicidad de la población, ¿cuáles creeríais que serían los resultados? ¿Felicidad verdadera o infelicidad encubierta?

4 comentarios:

  1. Uf!

    Casi que es más sencillo hablar de la prima de riesgo...

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    1. Jajaja. ¿Qué lo dices por la dificultad de realizar un análisis de este tipo sobre la sociedad o por la dificultad de tomar este indicador como muestra del nivel de vida de un país?

      Ya sabes, por mis comentarios y entradas, que a mí me gusta acudir a la raíz de los problemas. La prima de riesgo, por ejemplo, es consecuencia de un estilo de vida determinado( materialismo, insolidaridad...etc). Por ello, creo que más que interesante es necesario realizar estos exámenes, para poder derribar un sistema y eregir otro con la certeza de que no se va a incurrir en los mismos errores.

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  2. Es que estos temas son muy complejos, porque afectan a la psique de los individuos.

    Por ejemplo, luego me quedé pensando sobre lo que habías escrito, y no estoy totalmente de acuerdo en considerar el uso lúdico de las drogas o el sexo como necesariamente alienante.

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    1. Es que en un sentido lúdico no son alienantes. Son alienantes en mi opinión, cuando se desvían de ese objetivo lúdico y se convierten en una necesidad. Además, siento que hayas interpretado eso porque no era lo que quería expresar... Tendré que esforzarme más para hacerme entender. Lo que quería decir es que, simple y llanamente, creo que muchas personas que caen en este tipo de vicios es porque no se sienten felices, pues no han encontrado su centro humano, y se refugian en todo esto para aliviar su pesar y seguir no-siendo personas. Si puedes revisar el libro de Erich Fromm, del que extraje esos pasajes, échale un ojo porque lo explica mucho mejor que yo. Aunque él alude a una circunstancia concreta( la soledado o separatidad, como él dice) y yo me refiero a la tristeza de forma genérica, con su origen en la carencia de la una personalidad humana propia.

      De todos modos, cuando se hacen juicios de este tipo yo creo que se debe tener claro que lo que uno dice no deja de ser una mera opinión. No debe tomarse esto como una manera de sentar cátedra de manera continua, al que le guste tu opinión bien y si no, también. Eso sí, la única exigencia es fundamentar con razones de peso los argumentos expuestos, para no decir cualquier gilipollez que se nos pase la cabeza porque sí.

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